Comienzó a sonar una alarma por todo el palacio. Era lógico e ilógico a la vez; pensamos que habían declarado guerra, pero no era eso. Ya estaba invadido todo el lugar y no nos avisaron donde fue el golpe de gracia. Por supuesto, que rápido pensé en tí, corrí a tu habitación, te busqué debajo del velo y dejaste sobre la cama todas las cartas que llegaron a tus manos, nunca a tu corazón. Entraron a la habitación los sirvientes y no se atrevían a acercarse; sin saber yo porqué, pero ellos sí.
Me senté 5 minutos sobre el frío y blanco mármol que tanto detestaba, buscando descrifrarlo todo.
Caigo en cuenta que las puertas estaban intactas, caigo en cuenta que tu habitación yacía lejos de mi torre, caigo en cuenta de la belleza que expirabas a otros lados que no eran yo, tan obvio, tan sencillo, tan destrozante, tan inevitable. Y pude recordar lo que ví desde el balcón a las horas de la madrugada, cuando quería rezar que una estrella viniera por tí a razón mía, un jinete rondeando las ventanas más altas. No reparé sino en mirarlo, pensando que cortejaba a una de las jóvenes criadas del palacio. Imbécil mi ser por ser tan ciega ante que esa joven tan regia era un aliento lejano, una risa coqueta que me inspiraba esperanza, eras tú.
"Derribad los altares de esta reina, pues no tiene retorno. Recibídla siempre con toda la pompa que merece, pues no negaremos que existió aquí alguna vez. No me notifiqueís cuando vuelva, no desaten mi ira y melancolía; no produzcamos más daños a este palacio, que está catapultado de lejanas tierras; no me hagan querer derrumbarlo por completo."
Y fueron amargas las horas de esa mañana, hasta racionalizé con mis sentidos y vi que se había aligerado mi carga. Decidí tornar mi cabeza a otro horizonte, porque este palacio no puede subsistir sino tiene a quien rendir sus tributos pero guardé mi compostura. Cerré los ojos en el atardecer que contemplaba, sintiendo una brisa cálida que me abrazó. Y parece que una empresa real viene en su camino; tienen en alto una bandera blanca aclamando simpatía; tengo rumores de cercanos que también sufrieron daños en sus tierras, y lo primero en lo que fijo mis ojos es en la dama del carruaje. Inmediatamente, doy señales para que les dejen atravesar los muros. Y espero ansiosamente, poder encontrarles.