martes, 30 de noviembre de 2010

...exactamente

Todos en todas partes comienzan a marcharse. Ha llegado la hora de ir a casa. No tengo miedo porque esta vez parece que tengo todo en orden. Eso parece ser, exceptuándome a mí por ratos. No quiero esperar nada porque es mejor. Por momentos, creo que nadie está allá esperándome. Me confieso de que me he encargado de que sea así. Desaparecí como quien busca una sombra al mediodía. No me convertí en un mito sino en un recorte de periódico que se escondió en lo que se barría de las lenguas de esas tierras. Todos tomaron sus caminos, yo tomé los míos con la exclusiva esperanza de en un retorno ver el letrero de unos cuantos nombres. Y los cuantos nombres los tengo en la palma de mi mano.

Me detengo mientras escribo porque me encontré con una vieja melodía que hace tiempo no oía. La canción de mi vida I've seen it all. Es inevitable cómo aun me conmueve pero no lo hace como antes, en que cerraba los ojos y sólo respiraba junto con los violines que subían y bajaban y la arritimia del tren que parecía dictar a mi corazón. Aunque después de la quinta sonada, lo vuelve a hacer.

Esto me recuerda un poco las motivaciones inconscientes de mi primer trabajo de psicología acerca de los estímulos externos y su gran influencia sobre nuestras emociones. Me aburre un poco recordarlo porque se me volvió tan evidente que obvio la inquietud que se me ha despertado en el estudio de mi pasado. Y quizá ese es un problema, el pasado no se estudia porque puede hacer daño o, ¿puedo aprender algo de él para que no vuelva a suceder? Pero corremos el peligro de ser lo que vemos. No es 100% seguro, pero confíe en mí que tuve la segunda nota más alta en teoría de comunicación. Bueno, tenía que decirlo. Volviendo a la seriedad, el asunto se volvió como lo de la gallina y el huevo.

He parado la canción por el alto riesgo del momento de caer en el 'melancoholismo'. Sí, acabo de inventar una palabra. Hola, soy Marie y soy una 'melancóholica'. Todo empezó con el día que nací seguramente con herencias de un temperamento melancólico por parte de mi madre, con su agudeza emocional tan fina como una aguja, junto con las potencias de sentir y de vivir para adelanta porque no hay otra del santandereano. Ajá, ajá, el cuadro no me remito a describirlo porque es cuadro superado. El problema del cuadro familiar fue los bosquejos que dejó en cada uno de nosotros y cómo nos afecta hoy, me comentaba mi primapolíticacuasilicenciadaenpsicología mientras le hacía preguntas amenas para desacreditar un poco su profesión pero con todo y amenidad me supo resolver dudas y me dio un poco de esperanza sobre esta clase de cuadros. En parte ya sabía que cómo que la cosa ya no iba tanto por el lado del hogar. Y capaz y sí. ¿Sabe qué? Si va por ahí e inevitablemente me conectaré con el cuadro porque es mi origen. Momento, esto no es determinismo. En ningún momento lo piense así, se lo ruego. Pero, hasta hoy, no hay otra respuesta. Sí la hay, pero esa se la comparto en otra situación comunicativa más significativa que el desahogo de una entrada simple de blog.

(Me he ido de tema, no sé por donde iba la cosa)

¡Ah, sí! Que el exceso de melancolías por las tardes en ese piano en vez de hacer tarea, esas manía de soñar siempre con lo que está lejos y nunca querer mirar lo que está de cerca. Querer alcanzar estrellas cuando ni siquiera puedo alcanzar el bus de las 19:30 para ir a Paraná (esa es otra historia). ¿Me explico? Tanta inmersión en lo metafísico, en lo que no está, en lo que solo se oye cuando voy a la cama, todo está oscuro y comienza la cabeza a funcionar hasta donde puede, donde empieza a recrearse hasta que se canse. Todo eso en verdad que ha cambiado, sigue la crisis, sigue la pena, pero ahora es consciente. No me atrevo a hacer el juicio valorativo sobre ese tema porque, ¿cómo puedo hacer objetivo mi propio subjetivo?

He pasado de los choques de las supernovas a los choques de lo cotidiano, de lo tangible, de lo del otro, de lo que el mundo vive universalmente. Si le contara de las paranoias adquiridas en el camino. ¿A quién habremos de culpar en este caso? ¿A lo que nunca estuvo o a lo que está? Esta clase de mensajes (en honestidad, un poco más amarillos y distorsionados) son los que nunca quise que se supieran de mí. Y de hecho, en el fondo, no quiero. Es decepcionante pensar que quizá nunca podrán ser entendidos porque solo son productos de la personalidad que otro nunca podrá tener porque es así.

A esta altura, se da cuenta que ha estado leyendo a una niña que no ha hecho más que 'pavear' con lo que caiga en la cabeza y si viera cómo tiene el cuarto.

Disculpe le dejo, dejaré de pensar un poco y trataré de organizar mi vida antes de volver a encontrarme con la que dejé atrás.