Quisiera contar en estos momentos, en que probablemente este predominándome algo de indignación, algo de confusión, algo de pereza, algo de desánimo y probablemente, algo de necesedad, que mi cerebro se ha puesto en huelga de letras.
Estos últimos meses los he vivido bajo la tranquilidad de no habilitar mi departamento de Letras Creativas por motivos de mi salud mental. Era un departamento en que las tensiones entre funcionarios se iba aumentando a medida que iban o intentaban publicar algo, lo que fuese, así sean patrañas, con el siempre estricto rigor de una prolija transmisión de desaveniencias metafísicas en uso de un lenguaje que siempre lo hizo característico. La misma pérdida de esta cualidad pondría en dificultades la reputación de este órgano que ha hecho del desempeño artístico (a veces, digo, malnombrado por algunos en todos estos años) de la dueña de este cerebro.
Hace sólo unos días conversaba con un compañero de la situación. Me sorprende reconocer que estaba mostrando algo de mi intimidad literaria a un sujeto en quien mi confianza tambalea. Le decía que desde que ya no quiero consumir tonos grises en mi vida, desde que di mis giros (suprimida palabra porque analizando, en verdad, no es como para usarla tan a la ligera), el tema de mis obras, sin advertencia, se ha visto clausurado.
Prefería una vida sencilla en tercera dimensión que envuelta en pulidos caracteres que hacían sogas en mi corazón cuando iban saliendo para desahogarse.
Respuesta que me cayó en el hígado: ( )
INTERRUPCIÓN.
Bah, me voy a leer. ¡Vemos!