sábado, 1 de enero de 2011

A la hora de la verdad

Horas de reflexión todo el camino a casa. Sí, para variar, de nuevo arrobada. Y vaya que son horas. Fueron horas de todo. Leía, hablaba, repasaba, sonreía, de repente, fruncía el rostro. Trataba de dormir y de soñar que nunca me fui. Me pregunté varias veces si podía cambiar de vida por un momento con alguien en las mismas circunstancias y ver si era normal tanto encuentro de sentimientos. Y es que salían sentimientos por la mínima negligencia que temo se me eche en cara, por todo lo que no pude hacer.

Bendita angustia de las que no matan pero no dejan vivir. Y, ¿por qué debería tener miedo de llegar a casa? Es que todo brillaba con el pasado, ese pasillo, esas habitaciones, esa voz que nunca admite sus culpas, la incapacidad de hablar porque ni dejan. Hallo tan absurdo todo método de comunicación en esta casa y me parece absurdo cómo no puedo hacer nada al respecto. Se perdió esa platica. Y toda esa basofia aprendida en el consultorio de mejorar las relaciones y que comunicación y que ser mejores padres, ser mejores hijos. ¡Qué tumbadera de tiempo!

¿Qué quería acaso? ¿Un encuentro con música de fondo, todos corriendo para encontrarse, un abrazo que lo diga todo, risas, llanto, restauración, hablar cómo nunca? ¿La perfecta familia? ¿La perfecta relación de reencuentro de darse cuenta la falta que nos habíamos hecho?

Y llegó la hora de la verdad y no sé que decir al final. Solo callo arrobada otra vez.