martes, 25 de agosto de 2009

Necedad de necedades

Cuéntame, ¿cómo te sientes después de todo esto? ¿Sientes que aprendiste algo? Y arrugas el rostro, jugar a la inocente pero ya no te creo. No sé si enojarme contigo, dejarte acostada en las sábanas grises o correr a despertarte y sacarte a ver el hermoso día que se asoma afuera de aquí. Es el aire es más puro, sientes que se te despeja todo y no te sientes igual. Es la nueva oportunidad.

No me sigas mirando así que no sirve ya; hasta me produce un poco de lástima como insistes, rayos, ¿qué te tiene tan prisionera a esa cama? Ya huele a viejo y todo eso. Ay, no te rías que me sonrojo y esa tampoco es la idea. ¿Qué tienes en tu cabeza? ¿Esto es lo que realmente quieres? Y te lo repito acariciando tu cabeza, hablando a tu oído como si mis palabras quisieran invadir tus pensamientos y ordenarlo todo. ¡Tanto como esta habitación de la que no sales, rayos!

No, ya es hora. No importa lo que digas, te tengo que sacar. Te arrastraré por el pasillo, te jalaré de los brazos mientras llevas la cabeza puesta en el suelo y rechinan tus piernas y pies con el mal pulido piso. Ríndete que yo te haré feliz; no mires atrás. Mira el sol, mira el azul, mira el verde, mírate bajo la luz. Acostúmbrate a ser feliz. Ya te puedes parar. Ten, toma esta vela e incendia la casa. Vayamos a caminar por el campo.