Algunos se ahogan bebiendo, algunos se desahogan escribiendo. Este es mi alcohol. Ahora, como todas las cosas, hay algunos que tienen el gusto más desarrollado. Escribir, escribir, no tengo mucho de escribir. P*ta dicen ustedes, invisibles seres que me rodean.
Yo llego a mi habitación, me siento, flasheo, y ahí salió todo lo "bonito". Así cualquier escribiría, digo.
Después de nuestra breve reflexión, pasemos al diario. Una bosta. Fui a exámenes y pasé angustias nada más. Me cacarea el hospital. Cómo me cacarea. Iba acompañada de esos libros que me regalaron. Y uno lo llegué hasta la mitad. Don Ernesto Sabato tiene (tenía, disculpen) una forma de escribir que...¿esperen que les diga algo profundo? Pues, a mí me pareció bonito como exhorta en La resistencia a que nos dejemos de pavear con el yo, con el uno, y que nos tomemos de las manos y hagamos una ronda donde todos somos neo-humanos. Me gustó más allá de la ironía de mi comentario. Aún no terminaba y ya le está gustando...
Uno se encariña con las cosas con las que se aproxima...cómo más pueden explicar ustedes mi gusto por Björk Gudmundsdottir (si usted es de oído convencional). Epa.
Porque esto de leer, de escribir, de cantar, aunque no se es nada, creo que te convierte en algo con el tiempo. Un soñador de pacotilla, un iluso, iluso con detalles de erudición, te convierte en enamoradizo de otro soñador de pacotilla, te golpea la cabeza contra los realistas, te peleas con los que no están porque con los que están no hay chance de interactuar a lo más allá. Más acá está todo lo bueno. No, nosotros nos queremos ir por allá donde nadie te alcance. Y uno eventualmente generaliza su personalidad para todos y todas. Todo un rollo, pero te convierte.
Yo me atrevería a pensar que me alcoholizaron porque estoy parlanchina, o me quité los miedos pendejos de escribir otra vez. ¿Quién se baja algo conmigo?